¿Alguna vez te ha pasado?
Repites tanto una palabra hasta que ésta pierde su significado:
Lápiz – lápiz – lápiz – lápizlá
– pizlá – pizlá – pizlá – pizlápiz – lá…
– piz… – lá… – pizla…
¡Pow! En un repentino golpe,
frente a ti mismo el concepto de “lápiz” se esfuma de tu mente y en su lugar
sólo queda un par de sílabas tan significativas como “a-gu-gu-da-da”. Puede ser cualquier palabra: biología, mamut,
esternocleidomastoideo*, cocina, reporte o suegros; la que quieras. A veces ni siquiera es necesario repetir la
palabra hasta el cansancio; simplemente la dices, te detienes un instante a
pensar en ella y ¡bingo!
Toda palabra tiene una acepción
particular –alguien dice “mesa” y los
demás comprendemos que se refiere justo a una mesa y no a un elefante, por
ejemplo-, así que más que perder su significado, hay un momento de lucidez en
que los sonidos que representan la idea de “lápiz” –por seguir en la misma
línea- se rebelan absurdos y aleatorios. ¿De dónde surgió esa palabra? ¿Y por
qué esa y no otra?
Si juntamos a un inglés, un
chino y un cubano –ninguno sabe el
idioma del otro- y llega un hispanoparlante diciendo “lápiz”, sólo uno de los
tres primeros entenderá de inmediato los sonidos para asociarlos con su
respectiva idea. Pero si el recién llegado se limita a poner un lápiz sobre la
mesa, entonces el inglés, el chino y el cubano comprenderán el concepto y cada
uno lo expresará con sus propias voces; y cada uno se maravillará escuchando el
absurdo y complejo gruñido empleado por sus compañeros para nombrar al sencillo
objeto.
¿Pero cómo nacen las palabras?
Conforme la sociedad se transforma van surgiendo actividades, ideas y objetos
que necesitan nuevas voces que los identifiquen. Como lo “nuevo” es resultado
de la transformación de algo ya existente, nada más sencillo que recurrir a los
vocablos que ya definen a ese “algo” previo y también modificarlos o combinarlos
para nombrar el novedoso resultado. De
ahí surgen acrónimos, palabras compuestas, vocablos adoptados de otras lenguas
y qué sé yo.
Por ejemplo, “Internet” –que con
tanto gusto y provecho usamos en español- es un acrónimo de “international
network”; en algunas regiones será La internet en referencia al género de su
traducción al español (La red internacional) y en otras será El internet
sencillamente porque a la mayoría de los hablantes el vocablo “les suena” a
masculino.
Habrá palabras como “nanotecnología”,
que según el diccionario significa “tecnología que emplea instrumentos y
elementos muy pequeños (a escala de una milmillonésima de milímetro),
principalmente para la fabricación de biochips y nuevos materiales”, que tienen su origen en voces de las lenguas
clásicas: nano, tecnos y logia. De acuerdo, pero a los clásicos la palabra no
les fue dada, ¿de dónde sacaron sus propias voces? ¿A qué predecesores
recurrieron para formar sus palabras?
Hasta el día de hoy no me ha
tocado leer, escuchar o ver algún reportaje o investigación respecto al origen
de la Palabra; por supuesto que debe existir información al respecto –en todo
caso ahí están los filólogos para aprender y conocer a través de ellos-. Pero
no me refiero a orígenes recientes como el nombre de la península de Yucatán,
que según entiendo fue la respuesta (Yak-ak-tan o algo así) de un aborigen a la
pregunta “Disculpe vuestra merced, ¿podéis decidnos el nombre de estás
tierras?”. Se supone que el nativo contestó “no te entiendo” (yak-ak-tan) a los
curiosos españoles. Yucatán, hermoso nombre –irónico tal vez- para llamar a la
tierra donde tuvieron contacto por primera vez dos culturas distintas que no se
entendían entre si.
Hablo de vocablos como nano
(pequeño), átomo (indivisible) o fobia
(miedo), que tienen sus raíces en Roma o en Grecia; o como Guadalupe que viene
del árabe (punto extra al que me sepa decir cuál es su significado); o voces de
alguna otra lengua o cultura milenaria (nombren su favorita). Aún en
Mesopotamia –cuna de la civilización más antigua de que se tenga noticia, si la
memoria no me falla-, las palabras empleadas entre el Tigris y el Éufrates
debieron provenir de algún lado; si la civilización no surgió de la generación
espontánea, tampoco el lenguaje. Me
gusta creer que al principio las palabras sólo fueron sonidos guturales
(elaborados “agu-gu-da-das”) u onomatopeyas que se fueron imponiendo por usos, costumbres y hasta
por la fuerza entre los primeros
homínidos. Me imagino a un grupo de aquellos sentados en círculo, señalando una
piedra; el más voluble, llamémoslo
Pancho, repite hasta el cansancio “gra, gra” tratando de comunicarles su idea,
pero el tipo que tiene enfrente, Pepe, niega con la cabeza y señalando la misma
piedra dice “org, org, org”. Pancho, que literalmente ya no se anda por las
ramas, coge la piedra, se la avienta con saña a Pepe y grita con furia “¡GRA!”.
Listo, asunto zanjado: al ver a Pepe inconsciente y con sangre en la cabeza,
los demás están de acuerdo en que el objeto lanzado a Pepe es una “gra”. ¿Por
qué “gra”? Quizá Pancho no podía pronunciar “org” y en su frustración prefirió
imponer el más fácil “gra” antes que rebelar su incapacidad. Nunca lo sabremos.
De entonces a la fecha hemos
avanzado un buen trecho, y qué bueno que así sea porque discutir el nombre de
una piedra es fácil pero ¿cómo zanjar el asunto sobre el género de la palabra
“internet” si no es algo que le puedas aventar al otro? Quizá Pancho usaría la
computadora como arma mientras Pepe se defendería con el ordenador. Y por favor
reconozcan que el (la) pequeño(a) troglodita que aún vive en ustedes se imagino
a ambos blandiendo una PC como moderno y literal garrote. Y luego se preguntan
por qué el mundo está como está…
*Esternocleidomastoideo es un músculo
del cuello, un poco más grande que su nombre. Para más información busca en
Wikipedia® o, si eres de esos raros que prefiere el contacto humano, pregunta
con algún conocido que sepa de medicina, fisioterapia o alguna otra área afín.
1 comentario:
Definitivamente eres un maestro de la palabra, de verdad es un deleite leer lo que tu escribes.
Por favor no me borres de la lista nunca
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