agosto 04, 2019

Mosquito ©




Falta poco tiempo para el amanecer y Ella ha pasado despierta la mayor parte de la noche, al menos así lo siente; no sabe si  es insomnio o sólo el molesto zumbido de aquel mosquito. En algún momento se levantó de la cama y prendió la luz para intentar cazarlo, pero el bicho sabe bien su negocio y lo que le va de por medio si recibe un manotazo. Resignada, volvió a acostarse en la cama y se enredó en las cobijas lo suficiente para sólo dejar al descubierto media cara y poder respirar, aunque con ese molesto vaho que se forma cuando tienes la nariz pegada a algo.  El mosquito se ha cebado en su frente, sus pómulos y en esa otra parte, cualquier parte, de su cuerpo que queda brevemente al descubierto cuando se mueve. 


Posee una extraña habilidad que le permite prescindir de cualquier tipo de alarma para despertarse por las mañanas; no que ahora necesitara alguna pues lleva ya tiempo despierta, pero sabe que es hora de levantarse.  Se sienta en la cama para quitarse su pijama de franela, busca sus chanclas y se incorpora  para ir al baño en calzones, se ve cómoda. El mosquito se  posa en su pecho, en el derecho, muy cerca del pezón y comienza a succionar su sangre; Ella lo espanta y continúa su acompasado caminar. 

En el espejo del pasillo se para un momento para mirarse: de frente, de perfil y, en la medida de lo posible, de espaldas. Le gusta lo que ve: una mujer madura, de piel suave y morena, un cuerpo lleno de curvas, las necesarias, y un aspecto que nada le envidia al de Dorian Gray. En un impulso, pone sus manos en las caderas y las va subiendo lentamente hasta agarrarse los senos para sentirlos, acomodarlos; mientras lo hace se imagina a su galán chupándolos, saboreándolos, alternando entre uno y otro, mordisqueando y succionando los pezones; recuerda la última vez en que él, en un arranque de gula, cogió ambos senos con las manos y los apretujo hasta casi juntar los pezones para meterse ambos en la boca y continuar mordisqueando y chupando. Lo inesperado de la maniobra la excitó un poco más en aquella ocasión, lo suficiente para que le agarrara la cabeza y lo apretujara contra sus senos; recordarlo provocó que apretara las piernas, así que decidió apurarse. Se bajó los calzones y se sentó en la taza para orinar. 

De regreso en la habitación, buscó en los cajones su máquina plateada favorita: un pequeño vibrador. Lo encontró en su cajita de madera, la abrió,  lo sacó de su funda  y se fue con él a la cama. El mosquito aprovecho para picarla en la pantorrilla, pero ni lo notó.

Acomodó las almohadas de la cama y se recostó sobre ellas. Se quedó por un momento pensativa y, sin dejar de pensar, comenzó a bajarse los calzones nuevamente, pero con una intención totalmente distinta. Extendió sus deliciosas piernas, las dejó abiertas y comenzó a acariciarse lánguidamente mientras sonreía con picardía,  recordó que le habían dicho que se ve deliciosa en calzones y sin bra, sabía que era verdad. En un momento de distracción, escuchó volar al mosquito y lo encontró volando justo en frente de si; pensó que desde ese punto, el mosquito tenía la mejor vista del cuarto: la veía desnuda, con las piernas como columnas enmarcando su sexo mientras se acariciaba distraídamente. Y entonces pensó que era su amante, y no el mosquito, quien la miraba desde ese ángulo, pero aquel hombre la miraba con lujuria y deseo,  sabedor de que su presencia la mojaba de anticipado placer. El vibrador, pequeño, compacto y muy potente, se sentía frío al tacto. Eso le gustaba de su acabado metálico: la sensación fría al principio que rápidamente se tornaba cálida al contacto con su suave piel; lo encendió y comenzó a presionar donde la práctica le había enseñado que su respuesta era intensa e inmediata.

Le encanta que la chupen toda, así que imaginó  a su amante subiendo desde el extremo de sus pies, besándole cada centímetro  sin prisas, pero sin pausas, observando sus reacciones y atento a los ruidos que emitiera, hasta llegar a sus suaves labios. Se lo imaginó chupándola al mismo tiempo que el vibrador hacía su trabajo; lamentó que en aquel momento, de los dos solo tuviera disponible el dildo, pero prefirió concentrarse en las sensaciones que experimentaba....


junio 12, 2019

Lunar. ©



Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: iba saliendo del baño y ahí estaba Ella, recostada en  la cama sobre una pila de almohadas, justo en la orilla, con el control remoto de la televisión en la mano derecha y la mano izquierda reposando sobre su abdomen. Sus largas piernas morenas dominaban la escena, la derecha extendida a lo largo de la cama, la izquierda flexionada con la planta del pie sobre el colchón, la rodilla apuntando al techo y las suaves curvaturas de su muslo y pantorrilla  fundíendose en un gracioso pliegue justo en la corva.  Las uñas perfectamente pintadas, de rojo si la memoria no me falla. El incitador color de su piel y el  tono del café con leche son uno y  lo mismo,  pero no hablo del café caliente, sino del frío, ese que llaman frappé, ese que se prepara con hielo molido y que te refresca los labios, la garganta y las entrañas al beberlo, ese que  sacia la sed que no sabías que tenías. En su tobillo llevaba puesta una pequeña cadena de oro y, justo en el otro extremo de su lechosa pierna, el nacimiento del muslo se perdía por debajo de la vieja y luida camiseta con la que se vistió  para cubrir su desnudez. La ropa que traía puesta unos minutos antes, cuando llegamos de la calle, estaba perfectamente doblada sobre una silla pegada a la pared, solo las calcetas  yacían  sin concierto alguno  sobre el resto de las prendas. La  vieja y cómoda camiseta se amoldaba a las curvas de su cuerpo cubriéndolo casi por completo.

Aceleró mi pulso en un parpadeo, entre el abrir la puerta del baño para dar uno o dos pasos  y la sorpresa, agradable por lo demás, de mirarla así; fue la primera vez que la veía de aquella forma tan relajada e íntima a la vez, sentí como si hubiera entrando en un recinto donde hay que guardar silencio y mirar con reverencia. Solo estaba descansando después de que pasamos medio día caminando por el centro y buscaba  absorta algún programa que mirar para matar el tiempo en lo que llegaba  la hora.

Cuando salí del baño, de inmediato me preguntó “¿qué quieres ver?”; tentado estuve a contestarle que quería ver el resto de sus piernas, pero obviamente se refería a los programas de la televisión, así que tuve que mirar a la pantalla y algo le respondí, pero no recuerdo qué. Esa fue la primera vez que realmente la miré, que me fijé en su dulce  contorno y noté la tersura de su piel.

La segunda vez fue por la mañana cuando se puso unos shorts coquetos. Unos shorts ajustados, pequeños y muy frescos que se amoldaban suavemente a sus caderas, por no mencionar sus nalgas. Sin embargo son las piernas y sobre todo sus tersos muslos los que acaparan la atención; no por su tamaño que es “petit” si me permiten la expresión, sino por lo bien torneados de las largas caminatas que le gusta dar. Justo me pilló cuando la recorría por enésima ocasión con la mirada y, sin dejar de verla, pudo  interpretar lo exquisita que me parecía su silueta.


Supongo que por llenar silencios,  empezó a hablar del lunar que tiene en una de sus piernas, pierna que empezó a levantar mientras se buscaba la bendita marca para enseñármela. En su defensa debo decir que  lo hacía sin malicia alguna; en mi defensa debo decir que la miraba  solo con curiosidad, pero mientras seguía subiendo la pierna, su pequeño short  iba enseñando más y más de su muslo  y mucho, muchísimo más allá de él, hasta llegar al punto en que mi curiosidad  fue cediendo espacio a un fuerte palpitar tan súbito y potente que, sin poder resistirme más a él, me secó la garganta e hizo que se me antojara Ella y su piel café con leche,  su exótico  sabor  y el maná de su sonrisa más profunda. Beberla en pequeños sorbos sería la gloria; imaginen con las yemas de los dedos recorrer suavemente su cuerpo en una curiosa  e  infinita caricia hasta encontrar ese lunar...

Mosquito ©

Falta poco tiempo para el amanecer y Ella ha pasado despierta la mayor parte de la noche, al menos así lo siente; no sabe si  es i...