junio 12, 2019

Lunar. ©



Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: iba saliendo del baño y ahí estaba Ella, recostada en  la cama sobre una pila de almohadas, justo en la orilla, con el control remoto de la televisión en la mano derecha y la mano izquierda reposando sobre su abdomen. Sus largas piernas morenas dominaban la escena, la derecha extendida a lo largo de la cama, la izquierda flexionada con la planta del pie sobre el colchón, la rodilla apuntando al techo y las suaves curvaturas de su muslo y pantorrilla  fundíendose en un gracioso pliegue justo en la corva.  Las uñas perfectamente pintadas, de rojo si la memoria no me falla. El incitador color de su piel y el  tono del café con leche son uno y  lo mismo,  pero no hablo del café caliente, sino del frío, ese que llaman frappé, ese que se prepara con hielo molido y que te refresca los labios, la garganta y las entrañas al beberlo, ese que  sacia la sed que no sabías que tenías. En su tobillo llevaba puesta una pequeña cadena de oro y, justo en el otro extremo de su lechosa pierna, el nacimiento del muslo se perdía por debajo de la vieja y luida camiseta con la que se vistió  para cubrir su desnudez. La ropa que traía puesta unos minutos antes, cuando llegamos de la calle, estaba perfectamente doblada sobre una silla pegada a la pared, solo las calcetas  yacían  sin concierto alguno  sobre el resto de las prendas. La  vieja y cómoda camiseta se amoldaba a las curvas de su cuerpo cubriéndolo casi por completo.

Aceleró mi pulso en un parpadeo, entre el abrir la puerta del baño para dar uno o dos pasos  y la sorpresa, agradable por lo demás, de mirarla así; fue la primera vez que la veía de aquella forma tan relajada e íntima a la vez, sentí como si hubiera entrando en un recinto donde hay que guardar silencio y mirar con reverencia. Solo estaba descansando después de que pasamos medio día caminando por el centro y buscaba  absorta algún programa que mirar para matar el tiempo en lo que llegaba  la hora.

Cuando salí del baño, de inmediato me preguntó “¿qué quieres ver?”; tentado estuve a contestarle que quería ver el resto de sus piernas, pero obviamente se refería a los programas de la televisión, así que tuve que mirar a la pantalla y algo le respondí, pero no recuerdo qué. Esa fue la primera vez que realmente la miré, que me fijé en su dulce  contorno y noté la tersura de su piel.

La segunda vez fue por la mañana cuando se puso unos shorts coquetos. Unos shorts ajustados, pequeños y muy frescos que se amoldaban suavemente a sus caderas, por no mencionar sus nalgas. Sin embargo son las piernas y sobre todo sus tersos muslos los que acaparan la atención; no por su tamaño que es “petit” si me permiten la expresión, sino por lo bien torneados de las largas caminatas que le gusta dar. Justo me pilló cuando la recorría por enésima ocasión con la mirada y, sin dejar de verla, pudo  interpretar lo exquisita que me parecía su silueta.


Supongo que por llenar silencios,  empezó a hablar del lunar que tiene en una de sus piernas, pierna que empezó a levantar mientras se buscaba la bendita marca para enseñármela. En su defensa debo decir que  lo hacía sin malicia alguna; en mi defensa debo decir que la miraba  solo con curiosidad, pero mientras seguía subiendo la pierna, su pequeño short  iba enseñando más y más de su muslo  y mucho, muchísimo más allá de él, hasta llegar al punto en que mi curiosidad  fue cediendo espacio a un fuerte palpitar tan súbito y potente que, sin poder resistirme más a él, me secó la garganta e hizo que se me antojara Ella y su piel café con leche,  su exótico  sabor  y el maná de su sonrisa más profunda. Beberla en pequeños sorbos sería la gloria; imaginen con las yemas de los dedos recorrer suavemente su cuerpo en una curiosa  e  infinita caricia hasta encontrar ese lunar...

Mosquito ©

Falta poco tiempo para el amanecer y Ella ha pasado despierta la mayor parte de la noche, al menos así lo siente; no sabe si  es i...