enero 09, 2012

Los Extraños caminos del parque Montebello © (parte 3 de 4)

A la memoria de Venn I. Río

(Aquí puedes leer la parte 2 de 4)

(Aquí la parte 1 de 4)



Tienen dos perros de nombre Toto y Abakún. Toto es un pastor alemán que me hace pensar en un guarura de película, enorme y mal encarado, de nombre Pulgarcito –ahora que lo pienso, muchos nombres de perro tienen algo de hilarante; Croqueta, por ejemplo-. Abakún es una alaskan malamute, más robusto que Toto, de ojos claros y mirada inquisitiva.

Por lo que sé, Abakún es veterano de varias guerras; llegó a la edad de 4 años a casa de mi tía, al que se convertiría en su tercer hogar. En ese sentido Toto es primerizo, ha estado en esa casa desde que en verdad no era más grande que un pulgarcito; curiosamente tiene la misma edad que Abakún y los dos parecen llevarse de maravilla, tanto que comparten plato de comida y bebedero.

Por bebedero tienen una enorme cubeta de color blanco con asa de metal y manija de plástico negro. De esas que en sus mejores tiempos servían como cubetas de pintura –“azul chiclamino”, todavía se puede leer en la etiqueta de ésta-; dice mi papá que son de veinte litros ¿o de diecinueve…? no recuerdo. ¡Diecinueve litros! Según mi tía para que el agua les alcance para varios días. ¡Pobres perros! si que les “alcanza”, pero creo que a la conciencia de mi tía le falta la palabra “fresca” en su vocabulario.

Y su plato de comida… en realidad es una de esas tinas de plástico donde los bebes juegan en el agua; entre que Abakún y Toto son perros grandes y mis tíos gente muy práctica –la cubeta de agua no me dejará mentir- resulta “obvio” que el “platito” tiene apenas el tamaño apropiado: siempre hay una pequeña montaña de croquetas para que “les alcance para varios días”. Alguna vez le pregunté al tío Rodolfo si no se supone que los perros deben comer cierta cantidad de alimento y nada más.

-¡Por supuesto! No te preocupes. Ellos sólo comen lo que necesitan y el resto lo dejan para después.

Su comedero se me figura a un cono de helado al que sólo le vas reponiendo la bola de arriba mientras que el helado dentro del cono se va haciendo viejo: nunca te lo comes porque cuando llegas hasta él ya te sirvieron una nueva bola de helado, ¿no sé si me explico? –¿…cuántas veces he preguntado lo mismo?-. En varias ocasiones he visto cómo tiran las croquetas a la basura cuando resulta innegable que ninguno de los perros se las comerá ¡son kilos! Eso si, todos los días Alma –mi prima- limpia el pequeño patio donde viven sus mascotas.

A propósito del patio, entre las dos perreras, la lavadora, Toto y Abakún, el conjunto me recuerda a un vagón del metro por lo apretado que se ve todo –¡Hombre! sólo falta el color naranja y el “Tu-ru-ru”- o quizá a la celda de una prisión; sí, creo que se asemeja más. Por lo menos Abakún ya tiene bien dominado su papel de “prisionero”, la mirada melancólica y todo; sería genial si supiera tocar la armónica. A veces me dan ganas de llevarle un sombrerillo de rayas negras y blancas, como en las películas, y tomarle su foto de archivo –de frente y de perfil, obvio- con su número de reo y al fondo la pared con marcas cada diez centímetros para saber su altura.

La tía Tere vive en un fraccionamiento donde las casas son iguales y, al fondo de cada privada, tienen parque o alberca común. Cuando llegas frente a la vivienda de mi tía lo primero que ves es un jardín que también sirve de estacionamiento, luego entras a la casa, y hasta el fondo está el pequeño patio donde viven Toto y Abakún. A los perros no les permiten deambular dentro del hogar –igual que a Croqueta ¿recuerdan?- pero disponen de poco espacio para moverse, así que gozan de su hora para hacer ejercicios.

-¡Alma! No te olvides de sacar a los perros a pasear.

La primera vez que oí decir eso a mis tíos, pensé “ese espectáculo bien vale la pena verse”. Alma ya es grande, me lleva varios años, es alta y muy muy delgada, tanto que mi abuelo la llama “güera papalote” porque con cualquier aire –dice- saldrá volando, pero Alma sólo permite que el abuelo la llame así; cuando yo lo intenté me dedicó una de esas miradas que te quitan el aliento y te hacen salir corriendo para salvar el pellejo. Toto y Abakún tienen un par de verdaderas correas para perro, de cadena gruesa, con collar y asidera de cuero, todo unido con enormes remaches; el collar se abrocha en el cuello con una hebilla grandísima, como de vaquero texano –nada que ver con los “tirantitos” de Croqueta y compañía-. A lo que voy: Alma –ligera como papalote- más dos perrazos enormes, igual a diversión. Al menos eso creí, pero lo que vi a continuación me dejó sin palabras, a mí que para todo tengo opinión.

Alma fue a la puerta de entrada y la atoró junto con la del mosquitero para que se quedara abierta con una calza que tienen para ello; luego caminó hasta la puerta de atrás –la del patio- y haciéndose a un lado la abrió. Toto y Abakún, como si fueran caballos en la línea de salida –o galgos, qué se yo-, interpretaron el gesto como un “arrancan”: ambos salieron disparados como cohetes, tan rápido que incluso derraparon en el piso, se hicieron bolas en la puerta principal como diciendo “¡Yo primero! ¡Yo primero!” y luego, a toda velocidad, corrieron hasta la acera de enfrente para seguir su loca carrera y dar vuelta en la esquina perdiéndose de vista. Alma quitó la calza de la puerta, la cerró y regresó a su asiento para seguir jugando Play con Julián y conmigo.

-¿Alma…? ¿No vas a ir con los perros? –le pregunté.

-No, ¿por qué?

-Creí que los ibas a pasear…

-Así pasean ellos.

-¿Y luego…? ¿Vas a buscarlos o qué? ¿Cómo se regresan? ¿Y si se escapan?

-No se escapan; son muy listos y solitos regresan. Tu turno.

Aquella primera vez miré a mis tíos; los dos tan quitados de la pena platicando con mis papás. Como nadie parecía armar alboroto por los perros, decidí tomar el control que me daba Alma y seguir jugando; no pude hacerlo muy bien, sentía mucha angustia por ellos y Julián –mi hermano- parecía igual de preocupado. Precisamente por eso, en la vida pienso invitar a Carlos a casa de la tía Tere; de seguro ahí sí se me infarta y ¿luego qué hago? Eso fue más o menos lo mismo que pasó con Croqueta: Beatriz estaba barriendo las hojas de la banqueta y –cuando quiso entrar de nuevo a la casa- al abrir la puerta de la calle ¡zum! Croqueta le ganó, salió corriendo entre sus piernas hasta la acera de enfrente, siguió su loca carrera, dio vuelta en la esquina y se perdió de vista para nunca más volver.

Regresando con la despreocupada Alma, había pasado algo más de una hora cuando, de repente, se empezaron a escuchar ruidos en la puerta de enfrente. Alma se paró a abrir, pero primero se aseguró de atorar la puerta del patio, regresó hasta la entrada de la casa y ahí estaban, Toto y Abakún esperando a que les abrieran. Cuando Alma les franqueó el paso, los perros trotaron sin detenerse dentro de la casa hasta llegar a su patio, se sentaron de frente a la puerta y Alma la cerró.



C O N T I N U A R Á…
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