enero 02, 2012

Los Extraños caminos del parque Montebello © (parte 2 de 4)

A la memoria de Venn I. Río

(Aquí puedes leer la parte 1 de 4)



En casa de Susana tienen un cocker spaniel y una caniche –esa es la raza, creo, una perra pequeña de pelo blanco, blanco y chino hasta decir basta; la nariz de bolita y tan negra como sus ojos de botón-. Nunca sé como llamar a los perros, y me saca de quicio, porque Susana les dice de un modo, la señora Rebeca usa otros nombres y Paco –el hermano de Susana- para no quedarse atrás usa sus propios apelativos; varias veces les he preguntado por qué hacen eso… Resulta que cada quién los llama como quiere; por si fuera poco, el nombre de los pobres perros cambia según el humor de quien le hable o la intención con la que se dirija a ellos. De verdad, yo en el lugar de los perros ya estaría en el manicomio –¿perrocomio…?-.

Pobres bichos, deben tener algún equivalente de “trastorno de la personalidad múltiple”. Por ejemplo: cuando Susana está de buenas le puede llamar Yoyis al cocker, pero Paco le dice Cachito; si Susana está de malas entonces el cocker será Rufus y si quiere regañarlo ¡le dice Cachito! Por si fuera poco, “Yoyis”, “Rufus” y “Cachito” aplican para una u otra mascota.

-¡Yoyis! –le digo a los perros pero ninguno se acerca.

-Así no –me dice Paco-, fíjate: ¡Yoyis! –y se acerca la caniche-. ¿Lo ves?

Yo no veo nada. Esperaba que se acercara el cocker y en su lugar vino la caniche. Para no batallar los bauticé como Perro y Perra ¡así sí me hacen caso! El cocker tiene una bolita en la cabeza, tres o cuatro igual de chicas en el cuerpo y una en la pata trasera izquierda que puedes ver de inmediato; una vez pregunté cómo le había ido con el veterinario, no lo hubiera hecho.

-¿Cómo le fue a Randus?

-No se llama Randus, se llama Rufus y está muy bien. Yoyis es el que esta malito, pero gracias por preguntar –fue la airada respuesta de Susana.

Fuera del enredo con los nombres, por lo demás, Susana tiene el mismo cariño por sus perros que Carlos tenía por la suya, aunque ni de cerca es tan rigurosa. Si en aquella casa había un rito para todo lo que tuviera que ver con Croqueta, en la de Susana la única regla es el caos. Las escobas, por ejemplo: en casa de Carlos había una escoba específica para Croqueta; con Susana hay una escoba para la planta baja y otra para el primer piso. La de la planta baja lo mismo sirve para barrer la sala o la cocina que para limpiar el patio donde están los perros. La primera vez que Carlos vio eso casi le da un infarto al pobre; de nada sirvió demostrarle que la escoba se lavaba después de barrer el patio; además jura que la escoba de abajo a veces está arriba y la de arriba abajo ¿es importante eso? Para Susana es toda una odisea recoger la popó de Rufis y Yoyis, a veces hasta motivo de pleitos con Paco; es divertido verlos pelear.

-Yo les di de comer anoche.

-Pero te toca limpiarles, además yo les cambié el agua en la mañana.

-¡Se callan los dos! –les dice su mamá.

Las escobas no son lo único que escandaliza a Carlos: Perro y Perra no tienen su propio espacio, lo comparten con su familia. Susana cuenta que por las noches los perros siempre están en la cama de alguien y que, a la hora de bañarlos, ella o Paco agarran al perro en turno para bañarse juntos en la regadera. ¿Cómo controlas a un perro mojado bajo el agua…? ¿Cómo termina el baño después de semejante aventura? Dentro de la casa los perros también sirven de almohada, reposa-pies, oso de peluche o lo que se ofrezca; son multiusos, sólo falta que los agarren de trapeador.

Una actividad favorita en esa familia es mirar la televisión ¡son verdaderos expertos en el arte de ver películas! ¡Me fascina cuando me invitan! Juntan todos los cojines y almohadas, extienden unas colchonetas frente a los sillones de la sala y cada quien se construye un rincón para arrellanarse a su gusto con todo y perro. Para picar siempre tienen tres o cuatro platos de donde escoger entre botanas y cosas que preparan o compran para la ocasión: lo mismo puede haber papitas, cacahuates, pistaches, palomitas naturales –las preparan en una olla que tapan con un plato y saben mejor que las de paquete-, nueces, bombones, jícamas o pepinos con chilito y limón, pizza, chocolates, palanquetas, fruta cristalizada, alegrías, nieve, ¡uff! Por si fuera poco, en el refri siempre tienen dos o tres botellas jumbo de refresco bien frío y hielo a granel. La cereza del pastel está en la sala: una pecera redonda llena de dulces, tamarindos, paletas y chamoys. ¿Así quién quiere ir al cine? El único problema es que Perro y Perra van y vienen por encima de ti a su antojo… cuidadito y reclames.

A la hora de comer los perros tienen prohibido subirse a la mesa y mendigar alimento ¡faltaba más!, pero son tolerados para merodear entre las piernas de la familia. Susana y Paco se pelean por ver quién les da más comida a hurtadillas hasta que la señora Rebeca les pone un alto. Al terminar de comer juntan todas las sobras y luego las dividen en dos montones más o menos iguales en los platos de los perros; a veces hasta le dan un caramelo a cada uno.

¿Y cómo olvidar los viajes en auto con todo y mascotas? Son una odisea: justo como te imaginas a un perro en automóvil, Perro y Perra van con el hocico de fuera disfrutando del viento y ladrando muy contentos. Son tan inquietos que sólo podemos traer “ligeramente” abiertas las ventanas. Alguna vez Yoyis saltó del carro en movimiento; por fortuna el coche iba despacio y el perr@ –no supe cuál de los dos- ni se lastimó pero ¡ah, qué susto! Sobre todo para el conductor que venía detrás, tipo que dice la señora Rebeca es un perfecto patán.

Cuando en la escuela nos piden algún trabajo o nos mandan a visitar algún sitio, por lo general es la señora Rebeca quien nos lleva a Susana, Carlos y a mí. En esas ocasiones me aseguro de ganarle a Carlos un lugar junto a la ventana; él sigue disfrutando de los perros en general y le gusta jugar con ellos, aunque le parece caótico llevarlos sueltos dentro del auto –según él, por seguridad todo perro debe ir en su jaula dentro del coche-. Además, Carlos parece fascinado cada vez que le toca sentarse junto a Susana, ya no me engaña con el cuento ese de “no me agrada tu amiga”; por eso le gano la ventana y dejo que sea feliz. Una de esas vueltas en carro fue a la biblioteca –teniendo el internet sólo al profe se le ocurre enviarnos a buscar información, aunque admito que algunos libros tienen un “no sé qué”-. Susana, Carlos y yo empezamos a buscar lo que nos pidieron para la investigación mientras Paco y su mamá paseaban con Perro y Perra en un parque cercano. Cuando Susana fue a buscar otro libro, Carlos me confesó su obsesión por observar la “extraña forma” en que esa familia convivía entre si y con sus perros.

-Pero si los tratan tan bien como tú a Croqueta.

-Sí, los tratan bien…

-¿Entonces? Hasta los abrazan y todo.

-Si, sólo a los perros, entre ellos casi ni se tocan…

Después de esa plática empecé a mirar con más curiosidad a Susana y su familia sin descubrir nada “peculiar”. Quiero decir, son amables, se llevan bien con sus vecinos y así. Varias veces me tocó convivir con los abuelos de Susana, muy simpáticos y amables; tampoco en ellos vi nada extraño ¿Qué debía ver? ¿O a qué se refería Carlos? ¿Y si sólo estuviera celoso porque él ya no tenía a Croqueta? Muchas veces lo platiqué con mis papás y hasta la fecha ellos tampoco ven nada inusual en la familia de Susana. A menos que por “raro” incluyéramos su ritual de sábados por la mañana... larga historia, algún día se las platicaré, baste decir que si tienes antojo de algo, lo que quieras, lo que se te ocurra, cualquier tipo de comida ellos ya la probaron y te pueden recomendar un lugar cercano a tu domicilio.

Pero si se trata de hablar de comportamientos extraños, y con mascotas, mejor les cuento de mi tía Tere, en su familia tienen la relación humano-perro más peculiar que haya visto; a Carlos no se la he presentado, por supuesto.



C O N T I N U A R Á…
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