A veces –aproximadamente en 10 de
cada 10 oportunidades- mis actos se ven influenciados por algo o alguien a mi
alrededor, por algo o alguien que resulta tan determinante que, una de dos: sería
un insulto a mi inteligencia negar su influjo o todo un reto a ella comprobar
su efecto en mis actos. Pensando en ello me pregunto por qué cojo las tazas del
modo en que lo hago y nunca con el meñique al aire como indica el lugar común. Si
además de las influencias del entorno tomamos en cuenta las asociaciones que la
loca de la casa (la mente, para los más cuerdos) realiza con irreverencia y
desenfreno entre las ideas más dispares, tenemos una shulada de cocktail como base para nuestros actos
–para los míos en todo caso, que por los de los demás no respondo.
Por ejemplo, acabo de escribir
sobre tazas y meñiques y, aunque ni siquiera lo menciono, mi mente se fue ya
por la tangente para llegar a la idea de “té”, de manzanilla por cierto, justo
en el instante en que el Sombrerero me hace un guiño antes de sorber de su taza
–él sí con el meñique al aire, no me lo imagino de otro modo-, y sonreír
cómplice al Conejo que se divierte con la perplejidad de Alicia. Y ni siquiera
hay que mirar a Alicia para asociar todo el galimatías anterior con el caos propio
de cualquier sueño digno de ese nombre. Ya entrados en gastos, ¿qué mejor lugar
para usar los influjos ajenos y las asociaciones más dispares que el de los
sueños?
Precisamente fue una influencia
externa la que me provocó uno de los sueños más extraños que he tenido o, por
lo menos, que pueda recordar. Me gustaría decir que el sueño fue todo mío, pero
jamás antes se me “ocurrió” soñar algo similar. Aunque el sueño en sí no fue
nada extraordinario, fue su “estructura” la que me fascinó. Esa estructura, la
idea que le dio forma a mi sueño, la aprendí de una película que vi.
No recuerdo el nombre, pero si
les puedo decir que del grupo de 4 personas que vimos la película en el cine
sólo a dos nos gustó, y que de entre el resto de conocidos con quienes platiqué
sobre la misma sólo pude encontrar a una persona más para un total de tres
opiniones favorables. Básicamente la película giraba en torno a la infiltración
de un grupo de “especialistas” en los sueños ajenos. Lo más intrigante era la
posibilidad de “dormir” a la victima dentro del sueño para que soñara que
soñaba. No sé si me explico.
Estaba soñando que conducía un go-kart en loca carrera por el primer
sitio contra un fulano con casco y traje negros cuando de repente sonó la
alarma y, así, sin la menor transición, desperté con la consciencia alerta para
sentarme de inmediato al borde de la cama, disfrutando esa sensación de
descanso profundo que sólo una reparadora noche proporciona. Ya había amanecido
pero la penumbra de las seis de la mañana aún dominaba, así que fui a descorrer
las cortinas y de paso mirar al jardín como parte de mi ritual matutino. Al
mirar por la ventana dos detalles llamaron mi atención, pero no les di mucha
importancia atribuyéndolos a la modorra del momento: había algo de neblina y los
caminos de cemento –de vil cemento, sin adorno alguno- que corren entre el pasto, no estaban encementados, no, ¡estaban empedrados! Extrañado con aquello caminé hacia la puerta del cuarto
preguntándome si acaso no había estado equivocado todo ese tiempo pensando que
los senderos eran de cemento cuando siempre habían sido de piedras ¡hombre, si
acababa de verlos con mis propios ojos!
Pero más tarde en abrir la puerta
que en olvidar las piedras ante el espectáculo que me esperaba en la sala. Se
me fue el alma al suelo. Toda la casa estaba patas arriba, los muebles fuera de
lugar o de cabeza, ganchos y ropa por todas partes, papeles tirados por
doquier, un par de ventanas rotas, incluso una lámpara colgando precaria de un
cable y a punto de caer del techo. ¡Otro robo! Como aquellos que sufrí hace ya
tanto tiempo en esta misma casa, ¿cómo es posible que no haya escuchado nada?
¡Si hasta parece que pasó un huracán! ¿tan profundo dormí? El
corazón me latía desbocado, algo no cuadraba. Con toda la aprehensión de la que
fui capaz crucé la puerta hacia el pasillo mirando y remirando a todos lados
buscando lo que no encajaba, pero aquí adentro no había ni una piedra de río
para darme una pista. Había más cosas de las que realmente tengo, cierto, y estaba
todo desordenado como para inventariar mis pertenencias, pero ese caos ocupaba
más volumen del que jamás podrían ocupar todos los muebles de la casa. Cuando
te roban por lo general hay menos cosas, nunca más de lo que sea que tuvieras.
Al menos eso dice la lógica
Trataba de aferrarme a ese pedazo
de sensatez para encontrarle el truco al asunto cuando de repente sonó la
alarma y así, sin la menor transición, desperté con la consciencia alerta para
sentarme de inmediato al borde de la cama, disfrutando esa sensación de
descanso profundo que sólo una reparadora noche proporciona. Aunque había
amanecido la penumbra de las seis de la mañana aún dominaba y… ¡un momento! ¡eso
ya lo había vivido! ¿acaso en eso consisten los deja-vu? ¿o era un sueño dentro de otro? Sudé frío, no sabía si estaba dormido o despierto, asi que
me quede quieto esperando despertar en cualquier instante pero nada. Me paré a
mirar por la ventana -y con todo el temor que fui capaz de acumular- para comprobar el material de los malditos senderos que mi memoria insistía eran de vil cemento; en ese instante hubiera dado dos años de mi vida por
tener una perinola a mano para girarla y salir de dudas, ¿estaba dormido o
despierto?
Al borde del terror, con el
corazón palpitando como si le fuera la vida en ello, de repente sentí unas
gentiles palmaditas en el hombro mientras una apenada voz –mi propia voz- me
decía:
-Disculpa, ¿me permites un
minuto?
La amabilidad que percibí en el
tono –amabilidad por la que Carreño hubiera derramado algunas lágrimas de
aprobación- desarmó a mi loco corazón, que abandonó su frenético
palpitar para latir en un apenado susurro, mientras que el pánico que estaba a
punto de invadirme se sentó muy modosito a esperar su turno. Yo mismo quedé tan
perplejo, con los sentidos tan alerta como fui capaz y a la espera de lo que
fuera a suceder, concediéndole a la voz -mi propia voz- el minuto que pedía cuando, de repente, se hizo la luz...
Me había pedido permiso para
escuchar el reloj despertador.
3 comentarios:
El director de tu sueños debe haberse tomado algo más que té, con o sin meñique elevado.
Un saludo
Pilar, que me has arrancado la carcajada más sincera en mucho tiempo.
Supongo que si para dirigir tuvieras que sacar licencia, a mi director se la negarían.
Un abrazo
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