marzo 10, 2011

¡NO, DEFINITIVAMENTE NO! © (parte 4) o "COMO EN CASA DE MAMÁ... EN NINGÚN LADO"


Su respuesta fue muy tajante y gutural, automática, ni siquiera esperó a escuchar la pregunta completa cuando Dianey soltó su respuesta de sopetón, con rabia, como desde las entrañas. Dianey la quiere mucho, le debe la vida pero no, definitivamente no quiere ni se imagina viviendo a su lado por el resto de su vida, aunque de momento lleva toda su vida viviendo a su lado... No quiere seguir con ella dentro de veinte años aunque lleva treinta ya -poco más, poco menos- y contando...

-¿Entonces?- le pregunta Martha
-...

En momentos como este se desespera, reconoce que está en el límite ¿más allá tal vez?, que algo debe cambiar, pero no sabe qué ni cómo; se siente incapaz ¿cómo viviría? ¿de qué viviría?, sobre todo ¿podría vivir alejada de Susana? Tendría que resolver problemas como conseguir una casa, un techo bajo el cual dormir, poner comida en su mesa, relacionarse con los demás, con cualquiera, hacer amistades, compañeros de trabajo, una pareja quizá, pagar las cuentas... sobre todo tendría que poner tierra de por medio, poner distancia, pintar su raya, crear su espacio; en fin, tendría que vivir ¿cómo se hace eso? Nadie jamás le ha enseñado. Eso si, sabe pedir y puede ser muy persuasiva en ello, lleva una vida perfeccionándose, sin embargo a veces presiente que hay algo más que pedir y esperarlo todo en la mano. ¿Cómo se las arreglan los demás para conseguirlo? Intuye que es fácil, que a veces quizá se trata de aventarse, como el Borras sí, pero finalmente aventarse a hacer las cosas.

Despertar es toda una odisea. Dianey batalla mucho para levantarse de la cama todas las mañanas ¿para qué levantarse? ¿cuál es la prisa? Lo primero que verá será el rostro de Susana o quizá sólo escuchará su voz: "¡Dianey, ¿ya te levantaste?!" Siempre en el mismo tono, como de fastidio, de cansancio, pero extrañamente dulce como un cariñoso reproche cargado de algo más profundo que mejor es no averiguar. Probablemente las dos están hartas de representar la misma escena todos los días, pero ¿por qué habría de cambiar Dianey si la otra siempre está dispuesta a resolverle la vida? Vamos, si ni siquiera tiene porque responsabilizarse de abrir los ojos ¿qué diferencia hay en escuchar otras cinco mil veces la misma canción "¡Dianey, ¿ya te levantaste?!"? Van a la tienda juntas, van a pagar los recibos juntas, todo el día andan de arriba para abajo, juntas. ¡Qué padre llevarse así! pero entonces... ¿por qué a veces Dianey quisiera gritar y mandarlo todo a la porra?

Dianey se ha espantado, por un momento bajó la guardia y confesó (se confesó) la rabia que le guarda. Pero es que nadie entiende; la verdad es que si quiere a Susana. Admite que no sabe que hacer: todo el tiempo -en todo- trata de darle gusto a ella, busca siempre su aprobación, una palmadita en la espalda, un pulgar arriba, algo así, pero en vez de ello se siente siempre corregida, observada, tratada como... como si fuera... ¿imperfecta?... mmm... si... siente que la trata -la tratan- como alguien imperfecta. Quizá por ello siempre trata de ser perfecta en todo, pero en todo. En los gestos, en sus respuestas, en su ropa, en su trabajo, en sus relaciones con los demás. Bueno hasta "el que dirán de ella" -de Dianey- tiene que ser perfecto. De verdad que quiere mucho a Susana. Es su compañía, es su amiga, su confidente, su guía. Sabe que sus consejos son bien intencionados y bien sabe Dianey que Susana sólo busca lo mejor para ella pero entonces ¿por qué se siente incompleta? A veces, la mayor parte del tiempo se encuentra muy bien, todo es perfecto dentro de su mundo, todo funciona como debe ser, todo funciona como siempre ha funcionado. Los días se deslizan suaves y se confunden unos con otros, todo es maravilloso. Pero a veces descubre cosas que le hacen dudar, a veces hace cosas que la hacen sentir, que le estimulan, que le recuerdan que está viva. En esas ocasiones se aterra, siente que es traicionar a Susana. Como aquella vez que decidió aceptar la invitación de Raúl pero a Susana le dijo quien sabe que otra cosa por teléfono. A medio camino Dianey comenzó a temblar y reír de puro nervio; cuando Raúl le preguntó el motivo Dianey confesó que era la primera vez que de algún modo le llevaba la contraria a Susana, lo cual extrañamente le hacía sentirse libre, libre...

Toda su vida le ha enseñado a vivir esperando la respuesta del otro, la solución de alguien más; las preocupaciones no son para Dianey; la zozobra no tiene cabida en su linda vida. Como ella misma dice: "espero a que los demás decidan por mi y luego me digan que hacer". Quizá por ello hablan maravillas de ella en el trabajo. Lo único que tiene que hacer es seguir órdenes, obedecer. A Susana no le agrada mucho el trabajo que se consiguió su hija, pero finalmente fue Susana la que insistió en que Dianey se consiguiera un trabajo y ya va por su cuarto mes al hilo; poco más de tres meses en el mismo trabajo es todo un logro que ni Susana piensa regatear.

El trabajo es fácil, hay que seguir unas cuantas reglas y, sobre todo, hay que obedecer. Nada complicado pero si algo cansado pues es necesario andar de pie y caminar. En verdad que físicamente sí demanda el trabajo, pero a Dianey le da la oportunidad de alejarse de Susana; por ello ha durado ya poco más de tres meses. Un ligero cansancio, algún dolor de espalda o de pies es un precio pequeño -a veces grande- que paga gustosa por ocho horas diarias de libertad. Total, Susana siempre está ahí para dejarla y recogerla a la entrada del trabajo; es la misma rutina que usaban cuando el colegio ¡Hombre! Si hasta tiene un uniforme que Susana plancha todas las noches, tan sólo faltan las colitas de cabello. Dianey se las arregla para trabajar sólo los turnos de la mañana y sólo entre semana pero hoy es sábado y tiene que trabajar el turno de la tarde. Susana la regañó por dejarse explotar en el trabajo (todo mundo sabe que los fines de semana son S-A-G-R-A-D-O-S). Dianey despotricó contra Susana y contra sus jefes pero, acostumbrada a obedecer, se presentó al trabajo. Tal vez sea hora de renunciar, basta con no presentarse el lunes.

Durante sus turnos, de mañana y entre semana, hay siempre poca gente. Sábado por la tarde aquello parece una romería y la gente va y viene en cantidades industriales; es necesario estar al pendiente, con los ojos bien abiertos. Por lo general se toma el tiempo de observarlos: algunos se ven miserables; otros, pocos en realidad, parecen muy felices ¿cómo le hacen?; el resto está en algún punto en el medio entre los dos primeros grupos. Hoy sábado sólo ruega que termine su turno. Ya le habló a Susana para pedirle que esté a la hora de la salida en punto; le reconforta saber que Susana no osará llegar tarde, será capaz de esperarla 20, 30, 40 minutos o lo que haga falta con tal de no despertar su enojo. Alguna ventaja había de tener aquella extraña situación.

En esto pensaba cuando los vio: par de tórtolos que entra en la categoría de "muy felices". Par de idiotas, van por ahí sin preocuparse del que dirán, en su propio mundo donde todo parece ser dicha ¡carajo! si hasta las luces a su alrededor parecen brillar más ¿cómo demonios le hacen? Pero no, el tipo le cierra el paso a cada instante, la está maltratando ¡claro! todos los hombres son unos pendejos, pero entonces ¿por qué Ella lo mira risueña? Van sonriendo ambos, parece que juegan y los dos lo disfrutan ¿Por qué?  Sin darse cuenta, Dianey comenzó a caminar hacia ellos hechizada por su alegría; duda, no sabe bien qué hacer pero... no, definitivamente no puede permitir "eso" en su perfecto turno.
 
-¡Jóvenes!... AQUÍ  NO  PUEDEN HACER "ESO"...
 
No, definitivamente no quiere vivir el resto de su vida al lado de su madre...

2 comentarios:

Kiki dijo...

Así que, en realidad, tu "Parte Final", es en realidad el inicio de otra historia... interesante ;)

Sobre todo el enfoque.

Felicidades.

Gil dijo...

Ahora lo divertido será construir un relato sobre Dianey y Susana. Veremos si consigo mantenerlo interesante.
Me has dado una nueva idea :)

Gracias, mi más cara lectora

Un abrazo

Mosquito ©

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