febrero 06, 2011

¿Y LA CORBATA? © (parte2)

Aún no llega, pero no es su culpa. En mí acelere por llegar se me ha hecho temprano: 20 minutos más o menos. No me gusta esperar en un café, no lo siento mi mundo -por cierto, aunque el café si me gusta no tolero las cosas calientes, ni siquiera la comida; siempre me quemo, es mejor que se enfríe-, por ello le agradezco que cambiara el lugar por un restaurante (de cadena, cierto pero al fin y al cabo restaurante). Nada mas entrar me recibe una mujer en traje sastre con una carta en la mano y me pregunta: -“¿Área de fumar o no fumar?“. Supongo que estoy de buen humor, pues la suya me ha parecido una pregunta encantadora. Ya en la mesa he pedido una limonada en lo que espero y repaso nuestro último encuentro.

Llegué el segundo; Ella ya estaba en la mesa -la más apartada- y, en cuanto me vio, hizo señas ofreciéndome un lugar a su lado (por un capricho del destino todas las mesas estaban ocupadas). De inmediato miré hacia la cocina, temeroso de la mesera (si, infantil, ya lo sé). Me acerqué, saludé y me senté. -“¡Qué alivio! Por un momento creí que hoy tampoco te vería. He hecho tiempo esperándote“ -fue lo primero que dijo mientras sonreía y apoyaba suavemente su mano sobre la mía; resultó tan placentero su gesto que incluso vibré como los gatos al ronronear, ¿han tocado a alguno mientras lo hace? Sin hacer mucho caso de mi temblor, Ella se disculpó por la mesera y la forma en que todo pasó. Aunque sentía que su mirada reclamaba la mía yo estaba más interesado en mirar la mano que tantas sensaciones despertaba en mí; la retiró. Cuando dijo que de buena gana me daba los cinco minutos que pedí, intenté decir algo, bueno más bien intenté abrir la boca porque no tenía ni idea de que decirle; pero Ella me evitó la pena de simplemente boquear  pues siguió hablando; insistió en que esa fonda, cumplidora en su estilo, no era lugar para platicar nada con calma. Sugirió un café, pero entonces le conté mi cuento con los cafés y acordamos el restaurante donde ahora la espero. Después de eso, se despidió y yo pedí de comer.

Y ahora estoy aquí, esperando junto a mi limonada a que den las tres y media de la tarde. Una semana... siete largos… eternos... e inacabables días después de que acordamos vernos hoy. Siete días... si a partir del tercero ya me trepaba por las paredes desesperado por el lento pasar del tiempo.

El restaurante tiene una terraza alrededor de la cual hay un bonito jardín. La espero en una de las mesas del fondo, no por otra cosa sino porque desde aquí puedo ver casi todo el restaurante (esa maldita manía por observarlo todo… luego me dicen que parezco escáner), y a pesar de ello -de estar siempre observando según yo- de repente una mano toca mi hombro. ¿Soy yo o ella es propensa al contacto físico? Lleva puesto un pantalón de mezclilla que resalta sus piernas -¡ah! ¡Cómo quisiera hacerlas a un lado!- y una blusa holgada que le ciñe el pecho; suena raro pero así es, tendrían que verla. Me paré a saludarla, me tendió la mano, la besé (a ella no a su mano) por primera vez ahora que lo pienso y nos sentamos. Me preguntó cómo he estado; ¿“ansioso“, le puedo decir?... le contesto que fascinado; entonces le pregunté si sabía por qué le pedí los 5 minutos. Sonrió como si supiera la respuesta y sin embargo me preguntó por qué. -“Porque me gustas, ¿pero que te parece si pedimos antes de comer?“.

Comida... mientras nos sirven empezamos a platicar de comida; resulta que uno de sus platillos favoritos es el espaguetti pero sin crema ¿sin crema? ¿Cómo es eso posible? Con valentía empiezo una cátedra sobre el espaguetti sin insistir en lo que se pierde al evitar la crema; sonríe, muestra sorpresa, duda, a veces me mira socarrona, coquetea, finge enojo, se burla y hace mil preguntas; habla poco, sus silencios me invitan a hablar hasta por los codos y ella controla todo, absolutamente todo, con la mirada. Su mirada… eso me da una idea: le he pedido que lleve una corbata la próxima vez y su sorpresa ahora si fue mayúscula pues ¿qué tienen que ver las corbatas con el espaguetti? -“Ya lo verás, sólo lleva una“ -contesté cuando preguntó para qué.

Trabaja en una inmobiliaria, le gusta el boliche, no sabe nadar pero le encanta meterse al mar -“Sólo hasta la cintura porque más adentro me da miedo“ -confiesa. ¿Cómo se verá en traje de baño? No soporta a su jefe (le digo que no tiene porque cargarlo, pero se le escapó lo que quise decir). Siempre ha querido cantar en un karaoke pero le da pena; “karaoke“, tomo nota pero tendrá que ser después de la corbata. El baile la vuelve loca (son sus palabras, no las mías): me la imagino agitada, con una enorme sonrisa, los ojos brillantes y la piel brillosa de sudor tras bailar tres piezas seguidas y con ánimo de seguir bailando ¡oh! ¡Vida mía! ¿Cómo decirle que le guardaré cualquier secreto? ¿Y cómo le confieso que ya tiene rendida mi voluntad sin siquiera haberla pedido? Otra vez pienso en un gato, pero ahora jugando con una bola de estambre. Obvio, yo no soy el gato, aunque la bola de estambre jamás podrá sentir la oleada de placer que galvaniza mi espina.

Está comiendo su postre, un flan napolitano (¿vendrá de Nápoles la receta o será como las enchiladas suizas?); voltea la cuchara por el revés y le da un lengüetazo con fruición hasta que se topa con mi curiosa mirada, la he pescado infraganti; sin perder el estilo guiña un ojo y se lleva la cuchara a la boca con gesto coqueto. ¡Qué encanto de mujer! ¡Me divierte! -“Tienes algo aquí…“ -aproveché para señalar la comisura de mi boca; se sorprendió, sacó la cuchara de la suya, con la servilleta se limpió y me interrogó con la mirada; negué con la cabeza al tiempo que señalaba más o menos donde; usó de nuevo la servilleta y otra vez me miró; cuando volví a negar agarró su bolso, sacó un espejo y se revisó con celo; entonces le dije: -“…Una bonita sonrisa“. Por un instante me miró extrañada; al siguiente se turbo y me dio las gracias. Con mi pay de fresas remedé su gesto con la cuchara y ella me enseño la lengua mientras fruncía el ceño. ¡Nos la estábamos pasando bomba!

Pedimos la cuenta, mientras llegaba la invité al cine.
-“¿Con la corbata?“ -preguntó.
-“Si, la necesitamos para ir al cine“.
-“¿Por qué?“.
-“¿De verdad quieres saber?“.
-“Si“.
-“Sólo llévala“.
-“...“
-“Por favor, valdrá la pena. Te lo prometo“

Regresó la mesera con la cuenta y le pedí una pluma; con la mano derecha le pedí la izquierda a Ella; escribí en su palma una “ T“, una “D“, una “ S“ y una “O“ mayúsculas y ligeramente separadas; sin dejarle ver lo que escribí, puse su mano sobre la mesa con la palma hacia abajo al tiempo que le pedí no preguntar nada de momento, que ya le explicaría después. -“¿Por qué?“ -me preguntó. -“Porque si te explico ahora a los tres nos va a dar pena“ -le confié mientras le regresaba la pluma a la mesera. Las dos se voltearon a ver cohibidas, la mesera dio la media vuelta y se fue.

De camino a la caja y en la fila de espera Ella no dejaba de mirarse la palma y de preguntarme el significado de aquello. “Dame unos minutos“ era todo lo que escuchaba de mi. Cuando llegó nuestro turno de pagar repetí el número de la pluma con la cajera, sólo que ahora escribí tres letras “E“ entre las anteriores; sin soltar su mano regresé la pluma, nos hicimos a un lado para no estorbar y le pedí que volviera a mirar su palma. Mirarse la mano, pegarla a su abdomen, gritar “¡OYE!“ y verme con sorpresa e incredulidad fue todo en un movimiento. Con la mayor inocencia de que fui capaz me encogí de hombros, sonreí y me llevé el dedo a los labios en gesto de que guardara el secreto. -“Eres… eres… ¿de verdad crees que puedes salirte con la tuya?“ -me dijo y yo sólo negué risueño con la cabeza. Caminamos por el estacionamiento; ella me miraba con los ojos entrecerrados, como si me estuviera tasando; traté de fingir indiferencia pero si de por sí iba feliz, al tratar de ignorarla estuve a punto de soltar la carcajada y ella al verme así hizo lo propio por aguantar su propia risa. Llegamos a su carro sin decir palabra, la besé en la mejilla y me despedí:

-“Nos vemos el sábado. ¡Cuídate!… ¡ah! No olvides la corbata“.
-“Pero no tengo“.
-“Bueno… pues entonces una mascada...“

2 comentarios:

Kiki dijo...

Yei! Tenemos más historias de Ella!
:D

Me encantó... un beso.

Gil dijo...

JAjajaja
¡Ah! Catón tiene a sus cuatro lectores. ¡Yo ya tengo dos!
YUHUUUU

Nomás no me des mucha coba, porque en una de esas me suelto escribiendo varios capítulos hasta que se me acaben las ideas =P

Si asi ya estoy pensando en el tercero, jeje

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