enero 31, 2011

5 MINUTOS © (parte 1)

A la vuelta del trabajo hay una fonda de cierto renombre, sin pretensiones pero cumplidora. Te sirven de comer sabroso, en cantidad y a buen precio. No hay carta, sólo el menú del día: sopa, arroz o pasta, plato fuerte (uno de tres a escoger), postre y una jarra de agua. Esta ubicada en una casona antigua donde toda la planta baja y las flores suben... perdón, quise decir que toda la planta baja con excepción de la cocina es usada para dar el servicio. Justo a mitad de la casa se encuentra un trío de columnas; los dueños anteriores adaptaron dos planchas de acero a manera de barra entre ellas, dividiendo en dos el espacio para las mesas. De un lado quedó el acceso a la cocina y junto a esta la caja, además de tres mesas; del otro lado nueve mesas y la tele en una esquina. Dos de las nueve mesas están junto a la barra. Quienes se sientan a esas mesas y los de la barra están tan cerca unos de otros que es no solo imposible sino hasta grosero no platicar entre ambos.

Me gusta sentarme en la barra, cerca de la cocina donde no sólo puedo pedir y obtener lo que me haga falta con mayor rapidez, sino que además observo todo el lugar, las dos entradas y la tele. De pilón, en la barra, obtengo cierta privacidad y espacio pues en las fondas no es extraño, cuando se llenan las mesas, que un perfecto extraño te pida o la silla prestada o de plano asilo en tu mesa; todos trabajamos en los alrededores y con el tiempo contado para comer no es de mucho provecho perderlo esperando una mesa desocupada cuando puedes ocupar un lugar vacío en una ya ocupada. La forma de la barra te permite gozar de la privacidad que puedes perder en la mesa y aunque tienes vecinos cada quien tiene su propio y no invadido espacio para comer.

Con el tiempo, sin embargo, vas conociendo a los habituales y entablando cierta familiaridad con ellos, como con aquella mujer... Es verdad que ya la he visto en muchas ocasiones, suficientes para reconocernos y saludarnos cuando coincidimos pero nada más, ni siquiera hemos cruzado palabra sino hasta este día en que nos hemos sentado tan cerca. Tiene una personalidad magnética y parece sonreír no ya con el cuerpo todo sino desde el alma misma. Me gusta, pues y mucho. Parece mayor, se ve mayor, quizá treinta; no lo sé, eso de calcular edades no es lo mio, tal vez sean treinta y cinco ¿acaso importa? Me fascina pero también me aterra, ¿qué le dices a una mujer que ya sabía de sumas y restas cuando tu recién descubrías que gatear era lo mas divertido del mundo? ¿“agu-gu-da-da“ tal vez?

La plática resultó amena; lo suficiente al menos para buscar coincidir en horario y mesa pues siempre es mejor comer en compañía. Bueno, Ella en la mesa y yo en la barra; sólo un par de veces nos hemos sentado juntos. Jamás nos hemos puesto de acuerdo, cada quien llega por su lado y, si está vacío, el último en llegar ocupa el sitio asignado. Ella disfruta de la comida y de la plática; yo de su compañía. A veces un escalofrío traicionero me hace temblar de anticipado placer. -"¿Qué pasó?" -pregunta con esa mirada que rinde voluntades o por lo menos a la que yo quiero rendir la mía. -"No sé, un calofrío".

En una de tales pláticas seguimos el sendero de los magos y sus actos; recordando un truco con monedas aprendido mucho tiempo atrás, le pregunté si quería ver algo de magia; cuando dijo “si“ le pedí un cordón pero como no teníamos ninguno a la mano le prometí llevar uno para la próxima. Le pedí entonces una moneda y rogué al cielo por recordar el cómo del truco. ¡Ah! ¡Qué bella su sonrisa al celebrar mi éxito!

Al día siguiente encontré vacío mi lugar; al poco llegó Ella pero tuvo que sentarse lejos. Cuando terminé de comer pasé a saludarla y lo primero que hizo fue preguntar por el cordón -¡fabuloso! ¿no lo creen?-. Se lo mostré pero le dije que no haríamos nada hasta que terminara de comer; me senté con ella y platicamos mientras tanto. La noche anterior llegué a casa buscando el libro de magia que tanto leí de pequeño. El truco con la moneda no era como lo hice pero gracias al cielo me salió bien. Lo que me preocupaba era recordar en qué consistía el truco del cordón; lo practiqué hasta cansarme. Se supone que el cordón debía ir al cuello pero me aterraba la idea de acercarme tanto a Ella, así que le pedí un brazo; con calma se desvistió de sus pulseras y me lo ofreció. El truco con la magia está en distraer al publico, sobre todo con la plática para atraer la atención hacia uno y no hacia las manos que necesitan espacio para hacer su magia. Atenta a mi, su mirada me arrollaba, la voz y las manos comenzaron a temblar -las mías- y sólo dios sabe qué magia me permitió triunfar. Quedó encantada y yo salí corriendo literalmente de la fonda pretextando que debía regresar al trabajo.

Pasaron quizá dos semanas antes de volverla a ver. Se sentó tan lejos que apenas y me miró. Pedí un trozo de papel y ocho palabras escribí, lo doble en dos y le pedí a una de las meseras que lo entregara. La mesera pregunto si a la morena o a la delgada. ¿?  Junto a ella, la de mirada demoledora, había una mesa ocupada por dos chavas mas cercanas a mi en edad; supongo que a la mesera le pareció mas natural que me interesara por alguna de las dos. -“No, a la de pelo chino que esta al lado, por favor“. La mesera me miró, se encogió de hombros y fue a dar el billete; lo dejó sobre la mesa, algo preguntó Ella y la mesera me señaló. Saludé y moví la cabeza aceptando la autoría del papelito. Ella se turbó, tomó el papel y lo puso detrás del plato, donde no pude verlo; siguió tomando su sopa como si tal cosa. Nada hizo sino seguir comiendo; después de un rato se puso a jugar con el papel; evitó mirarme todo el tiempo y siguió comiendo. No podía mirarla eternamente, además el ir y venir de las dos meseras la ocultaba a ratos de mi vista; me distraje con la tele. ¿Lo leerá? ¿Ya lo habrá leído?

Al no ver mayor respuesta dejé de observarla; una eternidad después, regreso la mesera con una extraña sonrisa, soltó igual el papel sobre la mesa y, a voz en cuello, me dijo: “Dice que no puede leerlo porque esta esperando compañía y no quiere que la encuentren leyendo papelitos“... Silencio mortal en la fonda, todos voltearon a mirar, a descubrir el por qué del comentario, Ella se puso colorada, un tipo formado en la caja soltó una hiriente carcajada y la mesera ahí, con su mirada de triunfo mientras yo recordaba a su santa madre (la de la mesera) pensando “más fuerte, babosa, que no te han escuchado en el barrio de al lado“. Agarré mi papelito (doblado en ocho, por cierto), lo puse junto a mi plato dándole las gracias a la mesera y seguí comiendo como si tal cosa. Quiero creer que los flemáticos ingleses hubieran estado orgullosos de mi.

¿Quien podría ser su compañía? Jamás la había visto comer con alguien. ¿Una amiga? ¿Compañero del trabajo, amigo, novio, amante, esposo? ¿Su jefe, su papá? ¿Algún hermano? ¿Quién? ¡Por todos los santos! ¿Quién? ¿Santa Clos tal vez? Al rato llegó un hombre algo mayor... mmm... de cuarenta ... ¿quién será? Pero sobre todo, si lo estaba esperando ¿por que comenzó a comer sin él?

Pasaron los días. Las dos o tres veces que la vi, por mas que la buscaba con la mirada, Ella parecía esquivarla. ¿Cómo acercarme? Fue extraño, después de eso varias veces estuvimos a centímetros del otro (al momento de entrar, salir o pagar la cuenta) pero ninguno se atrevía ya.

Hasta hoy; después de pagar, se paró justo detrás y puso su mano sobre mi hombro para saludar “¡Hola!“ y después dijo: -“Oye, Carlos, ¿ya te mandaron los papeles de Toluca?“ -“No, aún no“ -le contestó el tipo sentado al otro lado de la barra en la mesa que Ella solía ocupar. Un par mas de cosas hablaron; en ningún momento soltó mi hombro y, entonces, se volvió a mi: -“Hace rato que no coincidimos para comer, ojalá pueda robarte cinco minutos la próxima vez“ -dijo apretando suavemente mi hombro y con incertidumbre en la mirada. Me quedé mudo de asombro, después de todo si leyó el billete... Como pude asentí con la cabeza y balbucí “encantado“. Ella volvió a sonreír como en cielo despejado, apretó de nuevo mi hombro al despedirse y se fue.

¿Qué?… ¡ah!… ¿que qué decía el billete?...

“Tu sonrisa me seduce, me permites 5 minutos“

enero 25, 2011

Miruska y Mila ©

En aquella casa había -todavía está, supongo- un pequeño invernadero cuyo claro se elevaba hasta la azotea. Siempre estuvo abierto (el claro) hasta que tuvieron a bien cerrarlo, pues las hojas de los árboles vecinos tenían el tino de caer dentro del invernadero por cientos. Recuerdo en particular una peculiar semilla en forma de lanza, mmm... como las pepitas pero mucho mas alargada y angosta o como las plumas de ganso pues igual terminaba en aguda punta. La punta era pesada y el resto de la semilla muy delgada, plana; era divertido verlas caer desde las alturas ya que giraban sobre si mismas como pequeños rehiletes. Cuando soplaba el viento caían por montones, infinidad de rehiletes cayendo a tierra con gracia y estilo, siempre y cuando nada se interpusiera en su camino pues perdían su impulso giroscópico para caer en un suave vaivén que nada tenía de emocionante.

En medio del invernadero había una pileta pintada de azul de unos diez o quince centímetros de profundidad que siempre estaba llena de agua, como de dos metros por uno y de forma irregular. En navidad se convertía en lago para dar otro ambiente al nacimiento (creo que hasta un puente hecho de cordón y palitos de paleta colocaban); el resto del año servía de estanque para las tortugas que de natural vivían ahí ya sin verse obligadas a sacarle la vuelta a las figurillas del nacimiento. En dos lados del pequeño estanque un montón de piedras les servía de playa a las tortugas para poder entrar y salir del agua con un poco más de gracia que mucha les faltaba; lo suyo era la pausa que no la agilidad. Y en medio de aquel mundo de agua, casi siempre había una mesa con una canasta llena de frutas: naranjas, plátanos, mandarinas, uvas, melones y que sé yo.

Construido dentro de la casa, el pequeño cubo del invernadero estaba cercado por dos paredes, una de ellas simulando una cascada de piedras negras, y por dos grandes ventanales que daban -siguen dando quiero creer- uno al pasillo y el otro a otro.
Era de lo mas grato mirar aquel espacio lleno de vida con el agua cayendo entre las piedras (merced al leve zumbido de una oculta bomba que la acumulaba en la alturas para dejarla escurrir luego), las plantas varias en derredor de la pretendida laguna y en medio de ella la canasta de frutas; bastaba abrir una de las puertas corredizas, poner pie en la orilla y guardar un poco de equilibrio para alcanzar una manzana o lo que más te viniera en gana. Era un oasis para los sentidos, en especial cuando entrabas de la calle.
Pero las hojas que caían de los árboles de la calle y sobre todo las dichosas semillas lanceoladas afeaban el conjunto. Casi a diario había que rastrillar la superficie del agua para quitar hojas y semillas, expulgar entre las plantas, retirar las semillas que, fieles a su forma, literalmente se clavaban como lanzas en las hojas vivas de las plantas.

Así que decidieron cerrar por la azotea el claro del cubo del invernadero. Mandaron construir y colocar un marco de herrería cruzado por dos travesaños; los cuatro paneles así resultantes fueron cubiertos con una fina malla de alambre. A partir de entonces, el invernadero se vio libre de tanta hojarasca y lució en todo su esplendor; pero (casi siempre hay un “pero“) las mentadas semillas se clavaban tan juntas unas de otras en la malla como juntos estaban los agujeros de aquella. Al principio barríamos la malla, pero las semillas se quebraban y hechas pedazos dificultaban más la limpieza del invernadero allá abajo. Así que decidimos dejarlo así; desde el invernadero, al mirar hacia arriba, se veía una sombra muy peculiar; desde la azotea, aquella malla era un tupido tapete de semillas. Ahora pienso que de haberle regado con constancia hubiéramos convertido aquella malla en la versión hidropónica del invernadero que protegía.

Poco después llegó a nosotros una pequeña cachorro de pastor alemán que más tardó en perder el miedo de subir a la azotea que en descubrir el tapete de semillas. Pero no es de ella de quien deseo platicar sino de la pointer que ahora me acompaña y de lo que ella hace precisamente con las hojas del jardín y unas piedras que en él hay, que es más o menos lo mismo que la pastor alemán gustó de hacer con las semillas de la malla y la malla en cuestión. No sólo comparten la inicial en su nombre sino el hecho de que yo no se los puse.

Y la misma manía también comparten, pero por querer explicar el contexto he terminado por no contar lo que en primer momento me impulsó a escribir, pero ¿a poco no el invernadero era bonito?

enero 18, 2011

BESO DE ANGEL ©

(foto: fotolog.com)


¿Por qué sus besos siempre tuvieron el sabor de las cerezas?

Muchas veces me lo han dicho: la diferencia está en que o son de agua o son de leche, pero no recuerdo cuáles son los helados y cuales son las nieves. Lo cierto es que me fascina saborearlos, sobre todo si los han hecho a la manera tradicional: en esos grandes botes de aluminio que alguien hace girar y girar dentro de las enormes tinas de madera llenas de hielo. Sera porque tienen otra consistencia. Hay nieves (helados) de limón, mamey, fresa, nanche, queso, rompope, kiwi, mango con chile, chocolate, guanábana, ron con pasas y cuantas mas se te ocurran.

Regresábamos de nuestro primer paseo; fuimos a recorrer las antiguas ruinas de la zona arqueológica, pero todo lo que hicimos fue platicar y platicar caminando al rayo del sol. Hubo un momento en que olvidados de todo nos sentamos a platicar solo dios sabe de qué porque yo solo recuerdo que estaba mas pendiente de las sensaciones que su cercanía despertaba en mi. Creo que hablaba de su abuelo o tal vez de las profecías mayas, no lo sé. Aunque intenté concentrarme con todas mis fuerzas y sabia que era importante recordar sus palabras, la razón, mi razón, estaba tan embobada como yo. En algún momento llego un guardia a quitarnos de nuestro asiento; con mas de mil años a cuestas el muro se podía mirar mas no tocar, lo cual explica la cara de horror del guardia al vernos sentados. Nos miramos un momento, saltamos del muro, pedimos disculpas, nos miramos de nuevo, avergonzados, y comenzamos a reír como si nos hubieran contado el mejor chiste del
mundo. Seguimos caminando por ahí hasta que el cansancio nos venció, subimos al carro y comenzamos el regreso.

A un costado de la carretera vimos un puesto de nieves -o helados ¿qué importa?- y le pregunté si andaba de antojo. Supe que también le fascinan los helados -o nieves, como sea- pero no pude menos que sonreír cuando confesó que un helado entre sus manos era promesa de un desastre. Creí que bromeaba.

Había tantos sabores que no se decidía. Escogi “beso de ángel“, una nieve de cereza con trozos de nuez de un intenso color rosa ( el helado no la nuez). Resultó dulce, fresca, francamente deliciosa; ella pidió otra  igual. No importa de que tamaño lo pidas, en cualquiera siempre hacen una torre de nieve por lo menos tan alta como el vaso; así que, y con el calor que hace por ahí, no tienes de otra mas que sorber, morder o lamer el exceso de helado antes de que se derrita.

Subimos al carro, de nuevo a la carretera, platicando y saboreando la nieve cuando de repente calló y me preguntó por unos kleenex. Volteo justo para ver una gran gota de nieve caer del vaso, entre sus piernas y sobre el asiento, pero lo único que llegó a mi mente fueron las piernas (que la tapiceria del carro se las arregle como pueda).

-¿Si tienes?... ¿kleenex, papel, un pañuelo?...

La veo a intervalos, debo mirar al frente (la carretera, ¿recuerdan?), hay helado entre sus dedos, sobre su blanca bermuda, en su blusa y en parte de la cara por no mencionar sus labios... ¡Argh! sus labios... ¿podré soltar el volante, ignorar el camino y los carros en contraflujo para besarla? ¿o mejor le digo que busque los kleenex en la guantera? Y ahí esta, mirándome entre apenada y divertida, insistiendo en lo del papel mientras me amenaza para no reírme.

Al llegar a su casa ya con los vasos vacíos, mirando uno de ellos, preguntó por qué le habrán puesto por nombre “Beso de Ángel“. La miré, solté el volante, mientras me acercaba a sus labios le dije: “Por dulce... fresca... deliciosa...“

¿Qué otra cosa podía contestar?


Mosquito ©

Falta poco tiempo para el amanecer y Ella ha pasado despierta la mayor parte de la noche, al menos así lo siente; no sabe si  es i...